domingo, 8 de abril de 2012

RESUCITAR ES ENTRAR EN UNA VIDA NUEVA, ES DEJAR EL TIEMPO POR LA ETERNIDAD



 Evangelio según san Juan (20,1-9):
“Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante”, canta el pregón pascual. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”, proclama la liturgia. Sí, hoy es nuestro día más grande. Es la Pascua de las Pascuas: “Resucitó Cristo, nuestra esperanza”. Lo revela la llama del Cirio Pascual, nos lo recuerda el agua bautismal, nos lo canta el aleluya.
Tanta efusión es necesaria para estar a tono con este Día de Resurrección. (Serían una pena que, como a veces acontece, nos quedáramos anclados en los Cristos dolientes del Viernes Santa). Esta Pascua es la hipérbole del amor de Dios; por eso hay que exagerar la alegría. Era el primer día de la semana, al primer albor, la primera vez que salía el sol en un domingo, era el primer domingo de la historia. Hoy es el Día del Señor, porque Cristo ha resucitado. La Resurrección de Cristo es el eje de nuestra fe. “Si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de los hombres” aclara San Pablo. 
Porque Jesús no fue devorado por la muerte, nuestra vida tiene un horizonte de salida y de esperanza. Porque el hombre sigue preguntándose: ¿Qué hay detrás de la puerta de la muerte? ¿Sólo el vacío y la nada? ¿O habrá algo o Alguien que nos espere al final del camino? ¿Y los míos que se fueron me seguirán queriendo? ¿Y cómo explicar el dolor y el sufrimiento de tanta gente inocente? Preguntas tan legítimas, tan humanas.
Por encima de los desajustes en la narración de los hechos, según los diferentes evangelistas, hay una realidad clara: Cristo, el Crucificado, ha resucitado. Sólo por el testimonio de los que creyeron, sólo por la fe, lo creemos, lo sentimos y vivimos. 
Desfilan muchos testigos. En primera fila, las mujeres. Los discípulos abandonan a Jesús, y, mientras, María la Magdalena, María, la de Santiago y Salomé son las testigos fieles. Siempre, el mismo recorrido de fe: van a embalsamar a un muerto, no al encuentro con el resucitado. Luego, llega el estupor y el miedo, ante el anuncio “¿Buscáis al Crucificado? Ha resucitado”. Mientras esperaban la confirmación de la muerte de Jesús, les asombran con la noticia de que está vivo. Jesús sale al encuentro y les dice “Id y anunciad a los hermanos”. Finalmente, llenas de fe, van corriendo a contarlo a los apóstoles… “¡Pero ellos creyeron que era un delirio!”. Qué feliz camino espiritual; de la depresión sin esperanza a ese gozo que, de tan grande, necesita comunicarse.
La Resurrección de Jesús no es un milagro, es un misterio. Porque resucitar no es “volver a la vida”, como Lázaro. Resucitar es entrar en una vida nueva, es dejar el tiempo por la eternidad. En Jesús, la Muerte y la Resurrección son dos puntos de una misma trayectoria: muere para resucitar; resucita desde la muerte. Jesús es “el viviente”.
Lo bueno es que Jesús sigue resucitando. Él es la primicia para los que mueren. Los que mueren en Cristo resucitan con Cristo. En la vida y en la muerte somos del Señor. Que nadie dude. Que todos profesen tanta dicha.
Los que hemos resucitado con Cristo “buscamos las cosas de arriba”, estamos llamados a sembrar resurrección: ponemos esperanza en el dolor, ponemos vida en la muerte, ponemos gozo en la pena. Si creemos en Cristo Resucitado, nuestra vida es Pascua, es pasar de la muerte a la vida.
¿Es esto lo que queremos decir cuando afirmamos que somos testigos de la Resurrección del Señor?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/

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